miércoles, 1 de octubre de 2014

Derribando el muro Estado-Sociedad


 Dos de los conceptos más importantes en cualquier discusión sobre la libertad son el Estado y la sociedad. Casi todos los libertarios están de acuerdo en que hay una línea entre un Estado y una sociedad, pero ¿dónde se pone exactamente?
 

Es conocido que el sociólogo de los siglos XIX y XX, Franz Oppenheimer, analizó estos conceptos en su obra clásica El estado. Escribía:

    Quiero decir con ello [el Estado] esa suma de privilegios de posiciones dominantes
que nacen por poder extra-económico. (…) Quiero decir con sociedad la totalidad de conceptos de todas las relaciones e instituciones puramente naturales entre hombre y hombre.


Las dos instituciones utilizan métodos en competencia e incompatibles para adquirir riqueza y poder. El Estado usa lo que Oppenheimer llama “los medios políticos” o el uso de la fuerza; la sociedad usa “los medios económicos” o la cooperación.

Donde la sociedad produce, el Estado saquea. Donde la sociedad funciona mediante acuerdo, el Estado emite órdenes. Así que el Estado es el principal rival y enemigo de la sociedad a la que somete y de la que abusa para su sostenimiento.

El individualista estadounidense del siglo XX, Albert Jay Nock, fue el conducto de Oppenheimer al pensamiento económico estadounidense. En su libro, Our Enemy the State, Nock escribía:
    Tomado el Estado dondequiera que se encuentre, mirando a su historia en cualquier punto, no se ve forma de diferenciar las actividades de sus fundadores, administradores y beneficiarios de aquellas de una clase de delincuentes profesionales.

Murray Rothbard depuraba esta descripción en su ensayo “Society without a State”, en que escribía:
    Defino al Estado como aquella institución que posee una o ambas (casi siempre ambas) de las siguientes propiedades: (1) adquiere su renta por la coacción física conocida como “impuestos” y (2) afirma y normalmente obtiene un monopolio coactivo de la provisión de servicios de defensa (policía y tribunales) sobre un área territorial concreta. Una institución que no posea ninguna de estas propiedades no es y no puede ser, de acuerdo con mi definición, un Estado.

 No todos los libertarios están de acuerdo con el análisis anarquista de Rothbard.  Incluso Nock introdujo un tercer concepto en su explicación: el gobierno. Para Nock, el gobierno era una agencia que protege los derechos individuales dentro de la sociedad a cambio de una “tarifa”. Tampoco estaba Nock solo al distinguir entre un gobierno y el Estado. El propio Oppenheimer dejaba la puerta abierta a una agencia distinta llamada gobierno cuando declaraba, en el prólogo a El Estado:

  “Otros pueden llamar a cualquier forma de liderazgo y gobierno o a cualquier otro ideal el ‘Estado’. Se trata de estilo personal”.

Sin embargo, sea cual sea tu estilo personal, practicamente todos los Estados ahora funcionan claramente -en mayor o menor grado- como un ESTADO con mayúsculas, no un gobierno legítimo. Y, como todo parásito arrogante, el Estado está empezando a consumir y matar a la sociedad de la que se alimenta.
 


La ingeniería del consentimiento-
 

El Estado consume sociedad, o bien por la fuerza o bien mediante consentimiento del pueblo. Prefiere el consentimiento. Para empezar, hay demasiada gente como para obligar a obedecer a todos: si solo un 10% rechazara obedecer una ley, esa ley probablemente sería aplicable.

La cuestión para el Estado resultar ser cómo convencer a un pueblo libre para que renuncie voluntariamente a una sociedad productiva y cooperativa, prefiriendo un Estado coactivo.

Hay varias maneras. Por ejemplo, la gente puede ser convencida de que el propio estado no solo es productivo sino asimismo "más fiable" que la sociedad. Así, a agencias como la FDA no solo se les atribuye “producir” seguridad alimentaria, sino también refrenar un mercado libre "irresponsable" que en caso contrario vendería comida envenenada para niños.

En realidad, la FDA no produce nada: drena la sociedad mediante impuestos y regulaciones e impide que aparezcan alternativas eficaces en seguridad. Aun así, el estado convence a la gente de que la sociedad es su enemiga y la autoridad su amiga.

Otro método por el que el estado controla y consume la sociedad es mediante condicionamiento: En su Discurso de la servidumbre voluntaria, el jurista francés del siglo XVI, Étienne de La Boétie, investigó la cuestión de por qué obedece la gente. La razón principal, concluía, era la costumbre. Mediante la educación (adoctrinamiento), la gente perdía gradualmente el hábito de actuar como personas libres. La Boétie observaba:

    Es increíble cómo tan pronto un pueblo se convierte en súbdito, cae inmediatamente en tal completo olvido de su libertad que difícilmente puede despertársele hasta el punto de recuperarla, obedeciendo tan fácilmente que uno tiene que decir, al observar esa situación, que este pueblo no es tanto que haya perdido su libertad como que se ha ganado su esclavitud.

Generaciones que nacieron “bajo el yugo y luego criadas y educadas en la esclavitud” aceptaban su condición como natural. Así que era importante para el Estado controlar cómo se educaban los niños, principalmente controlando la educación. Pronto la gente creía que la vida había sido siempre así, que la vida siempre sería así y por tanto, hacía esfuerzos extremos por introducir una nueva visión.

Pero controlar la educación no era suficiente para acallar a los disidentes que aparecerían inevitablemente de entre quienes no podían ser convencidos ni educados en la obediencia. El Estado combatía a los disidentes de varias maneras. Una clave era controlar o, al menos, monopolizar la imprenta, porque “los libros y la enseñanza más que cualquier otra cosa dan a los hombres la sensación de entender su propia naturaleza y detestar la tiranía”. De esta manera, las autoridades impedían que la gente comparara el pasado con el presente y así controlaban lo que la gente creía que era posible en el futuro.

Con el control de la información, las autoridades podrían convencer a la gente de que actuaban para mejorar el bienestar público, que eran la encarnación del bien público, de la ley y el orden. Así, aquellos que actuaban o hablaban contra el Estado eran enemigos del bien público.

Los individuos con autoridad reforzaban su propia imagen noble, pareciendo impresionantes, es decir, mediante un proceso de mistificación. Los políticos se alineaban con la religión, juraban defender el derecho del territorio, recurrían a la autoridad de la tradición o un documento fundacional, etc. Presidían sobre muestras de pompa y vestían los uniformes de sus agentes con armas. Las autoridades participaban en rituales de oficio y alojaban a sus agencias (por ejemplo, los tribunales) en edificios caros  e impresionantes.

La Boétie veía la mistificación del Estado como segunda razón más convincente por la que el pueblo obedecía.

Por supuesto, siempre habría gente que no podría ser convencida o intimidada, pero que quizá pudiera ser comprada. Y así las autoridades también se dedicaron a una generosidad faux que La Boétie también identificaba como otra gran razón para la obediencia: el soborno. Contaba el espectáculo de gobernantes que literalmente alimentaban a la gente distribuyendo comida. “Y así todos gritaban desvergonzadamente: ‘¡Larga vida al rey’”, señalaba desdeñosamente La Boétie.

    Los muy idiotas no se daban cuenta de que estaban simplemente recuperando una parte de su propia propiedad y de que su gobernante no les podría haber dado lo que estaban recibiendo sin habérselo quitado antes.
Este soborno directo palidece en importancia, sin embargo, frente a una forma indirecta que La Boétie llamaba “la fuente primaria y el secreto de la dominación, el apoyo y fundamento de la tiranía”. Era el soborno institucionalizado mediante el que millones de personas eran contratadas en empleos estatales y percibido dinero de impuestos para pagar sus nóminas. Estos empleados del Estado “se aferran al tirano” y le ofrecen su lealtad.

Algunos empleados del Estado, como los policías, se convirtieron en las manos del Estado, atravesando la sociedad para implantar leyes y políticas. Los intelectuales mantenidos con impuestos, como los profesores de universidades públicas y receptores de concesiones públicas, se convirtieron en la voz del estado, defendiendo su legitimidad. Otros, trabajando como administrativos o agentes menores, hacían que la maquinaria del Estado funcione penosamente.

A lo largo de generaciones, surgió una nueva y enorme clase de gente: la gente que servía al Estado a cambio de un salario. Estos empleados del Estado destruyeron voluntariamente su propia libertad y la de sus vecinos. Y lo hicieron sin pensar, porque la fuerza de la costumbre y el poder de la "educación" les llevaron a creer que las cosas siempre habían sido así y siempre lo serían.


El muro que separaba el Estado de la sociedad está siendo derribado aceleradamente por el propio Estado con su agresivo avance en el control de todo aspecto de la vida individual, productiva y cooperativa.